Sueño húmedo de escultor minimalista
Anécdotas
1.
Wikipedia rastrea 1913 como el año en que apareció la palabra minimalism en el idioma inglés. Se utilizó por primera vez para describir una pintura de Malevich compuesta únicamente por un cuadrado negro sobre un fondo blanco. El incipiente concepto reconocía la existencia de un arte volcado en la apariencia mínima de las cosas, sin estar asociado necesariamente a la idea de abstracción que entonces dominaba el panorama con la aparición de la mayoría de los movimientos de vanguardia apadrinados por el Cubismo.
2.
Durante 1917 - 1918 Mondrian escribió en doce entregas De Nieuwe Beelding in de Schilder Kunst (La nueva plástica en la pintura) donde explica su estricta visión sobre el tema. Estaba convencido del exceso que representaba usar líneas diagonales y colores mas allá de los primarios. Pervertía la esencia espiritual de lo que él consideraba adecuado para la pintura. De ahí su rompimiento con Theo Van Doesburg cofundador de De Stijl, amigo y colega; quien siempre se mostró respetuoso del trabajo de Mondrian, pero quien jamás consideró ceñirse a la rigidez de su política pictórica. Mondrian desarrollaría su inconfundible estilo visual, logrando composiciones formalmente complejas a pesar de las restricciones auto-impuestas por su ideario estético, una suerte de victoria de su visión ascética del Arte.
3.
A mitad de la década de los sesenta (1960s) pululaban toda clase de edictos a medida que el Minimalismo aumentó su presencia en el epicentro del arte. En 1966 ArtForum recibe a Robert Morris quien publica en 3 partes Notes on sculpture, el cual se considera el primer manual al respecto. Sol LeWitt delegaba la subjetividad de sus obras a planes de trabajo llenos de precisiones técnicas. Donald Judd escribió Specific Objects en 1965 engrosando la literatura orientada no solo al ser espiritual de la estética en cuestión sino al como alcanzarla en "sencillos" pasos. Carl Andre reiteró la idea a partir de la obra de Frank Stella en el catálogo de 16 Americans "Art excludes the unnecessary. Frank Stella has found it necessary to paint stripes. There is nothing else on his painting" centrando la atención en un único objeto desprovisto de contexto y por ende de subjetividad alguna. El evangelio del Minimalismo fue promulgado bajo esos términos: Mamotretos intrincados cargados de complicadas instrucciones para generar objetos carentes de carga subjetiva, centrados exclusivamente en pocas de sus cualidades formales.
Tantos años después del episodio entre Mondrian y Van Doesburg sorprende la disposición que tuvieron cuantiosos artistas a someterse a la estricta reglamentación que imponía el suponerse minimalista. ¿Se podrá adjudicar otro triunfo a Mondrian y los suyos?
Sueño húmedo
Minimalismo es una opción ciertamente viable al tratar de describir de primera intención el trabajo de Wen Bandala (Estado de México 1988). Piezas como Cubo diagramado de líneas con 50m2 de base en el suelo hacen ver que la asociación con el concepto parezca evidente. Si bien Bandala se regodea en el placer de la sustracción de lo innecesario en la forma -al grado de que por momentos parece pitorrearse de la acción misma- establece una distancia fundamental con la idea del minimalismo. Para ella la dimensión de la narrativa humana aparece primordial en el desarrollo de su cuerpo de trabajo, y por ende una ruptura básica antes de clasificarle como sueño húmedo de escultor minimalista.
Para Bandala el arte cumple una función doble: Sublimar pulsiones y construir conocimiento en el camino. Es por ello que constantemente sus piezas se camuflan de minimalismo tanto en el fondo como en la forma. Para lograr su cometido tiende a montar complejos marcos de referencia de los cuales parte para sustraer lo esencial de cada situación a la que se enfrenta, esculpiendo formas de apariencia simple cuyos resultados contrastan con el escabroso juego de normas que se impone para lograrlas. Cada circunstancia implica una nueva normatividad, la cual está obligada a crear puentes entre lo que ella sabe antes de ejecutar las esculturas y lo que aprendió en el camino.
Su investigación es profunda y bastante seria para las banalidades que se propone. Para armar un tramo de cancha de soccer artificial envió cartas a la UEFA y la FIFA para pedir consejo de la forma idónea de hacerlo usando tejidos de plantas (Pastus gramina mala. Mea version est oppositum (Pastos malos. Mi versión es lo contrario); para hacer una línea recta a través de círculos consultó manuales y matemáticos expertos en geometría (How to construct a straight line/Cómo construir una línea recta). Las obsesiones que la aquejan suelen resolverse solo hasta que ha pasado por la ardua tarea de entender la relación entre aprendizaje y ejecución. Después de eso la necesidad desaparece junto con la mayor parte de la narrativa emotiva, dejando a la intemperie únicamente lo importante de las anécdotas desde donde aborda dichos temas.
De tal manera las esculturas de Bandala asumen una forma elegante y cercana posiblemente como resultado de su obsesivo proceso de sustracción. Por momentos uno puede sentirse tentado a suponer que los objetos sobre los que trabaja siempre han estado ahí, desprovistos de todo entorno dispuestos plácidamente con su naturaleza industrial más pura expuesta sin concesiones. Ese efecto entrañable emerge sin rubor en la serie The Big Splash. En ella observamos trampolines de alberca en sutiles trazos realizados con pigmentos apenas perceptibles. En la escena no hay mas que la suavidad del dibujo que insinúa las estructuras y sus colores cálidos. La aguda aversión que Wen siente por el agua estancada de las albercas ausentes queda evaporada. Ella establece el trampolín como un puente entre la experiencia negada y la posibilidad de sublimarla, retirando lo que le incomoda de la situación para sumergirse de lleno en la dicha de la escena idílica. Ese verano moderno ideal apenas sugerido por la luz del sol.
Curiosamente esa dimensión humana siempre termina siendo expresada por objetos inanimados congelados en momentos muy particulares. Redes de alambre flotan moldeando un balón ausente en el instante de gloria deportiva del gol en A sense of the protagonist, the narrative. El paisaje envuelve una casa moderna reemplazada por un agujero que supone un prisma puro en Cubo diagramado de líneas con 50m2 de base en el suelo.
Cada situación involucra de alguna manera un objeto que es removido de su protagonismo para dar cabida a la representación de una situación humana. Incluso en formas testarudamente abstractas como en Cada horizonte el factor humano termina dominando las escuetas esculturas propuestas por Bandala. En ese caso bloques verticales de papel representan la idealización de horizontes compuestos a partir de estadísticas. A pesar de su sólida presencia -8 módulos de considerables dimensiones componen cada pieza- cobija al espectador en la resonancia de sus colores y el inquietante sentimiento de familiaridad. Tal como en las albercas ausentes, en el paisaje abstracto sin ornamentos, bastan dos colores contrapuestos y una línea horizontal para evocar sentimientos profundos en el espectador, arañando por un momento algo parecido a la belleza. Difícil determinar si Bandala lograría dicho objetivo al ajustarse por completo a la agenda minimalista. No es de su interés, aprendió de sus maestros históricos a seguir la convicción de sus propias -y muy complicadas- reglas.
Artista Visual.
Miembro fundador de Preludio.
I
Pulsión y distancia
Los
espacios entre ausencias a menudo son los más visibles y pesados. De manera
análoga, los espacios entre sombras son, por definición, los más luminosos. En De New Castle vs Arsenal a Junior vs Bolivar
(2012), de Wen Bandala (Estado
de México, 1988) estos espacios no sólo son evidentes, sino que adquieren un
cuerpo igualmente oscuro a la vez que luminoso, como fragmentos de una bruma
incómoda, de dirección extraña, imposible de penetrar sólo con la mirada. En
estos dibujos hechos a partir de fotografías de partidos de futbol, registrando
las sombras generadas por las múltiples lámparas en el estadio alrededor de los
jugadores, Bandala ha sustraído a los protagonistas, aquello que es visible, y
se ha quedado sólo con sus remanentes, su oscuridad, paradójicamente arrojando
luz sobre aquello que los ordena. De formas aparentemente caprichosas, estas
marcas sobre la cancha –algunas de trazo complicado y otras apenas puntos–
conjuran posiciones individuales que pronto evidencian estructuras complejas,
formaciones que abandonan bastante pronto el terreno del mero deporte y se
insertan de inmediato en una compleja lógica compositiva visible por primera
vez después de un arduo proceso de abstracción y remoción.
Este
ordenamiento no es coincidencia. En su serie Contrapeso (2013), Bandala logra traducir este reconocimiento del
espacio y su orientación al reproducir las luces que rodean la cancha desde las
alturas del estadio y genera, pese a las reducidas dimensiones del papel, un
claro cambio de posición. De la mirada genérica, aérea, plana, sobre el campo,
Wen nos ubica más abajo, a nivel de cancha, recreando la misma sensación que
produce levantar la vista y encontrarse con la corona de luz, sentir el peso
del firmamento artificial y reafirmar nuestro emplazamiento en la tierra, como
una estaca. En la cuidada reproducción de cada halo de luz trazando la pequeña
sombra alrededor de cada uno, Bandala no sólo centra su atención en un aspecto
vital del escenario que representa una cancha de futbol, sino que elabora un
pequeño catálogo de elementos formales que pronto se descubre como nueva
tipología; basta revisar las diferencias entre las luces del Juventus Stadium,
el Santiago Bernabéu de Madrid, el Estadio Germán Becker en Chile o el
Monumental de River Plate para reconocer con ojos nuevos formas que a menudo
permanecen ocultas pese a enmarcar una experiencia frecuente.
Suele
decirse que quienes verdaderamente saben de futbol, quienes buscan leer
correctamente el accionar de un equipo, lo ven detrás de la portería. Para el
cuerpo de obra que conformó Le Carré Vert,
su primera exposición individual en 2013, Wen Bandala eligió una vista mucho
más volátil: la transmisión televisiva, llena de circunstancias y
emplazamientos que por momentos parecieran dar la impresión de una
simultaneidad y omnipresencia brutales a un deporte que cada vez se vuelve más
veloz. Quizá sea por eso que una obra como De
Concretismo en Arsenal vs AC Milán (2012) resulte tan cálida en la manera lenta e inamovible con que baja a
tierra un tipo de forma que recuerda un tipo de composición tan sólido como el
del arte neoconcreto. Suavizadas por la distancia entre la pantalla y la
fotografía, las imágenes fijas del juego le dan un aire acogedor a un ejercicio
formal tajante. No es casualidad: para conformar su archivo de imágenes, Wen se
dedicó a registrar las formaciones con una cámara de teléfono celular frente a
una televisión vieja. Las tomas no alcanzaban a registrar detalles como la
identidad de los jugadores o las marcas de los uniformes, pero sí revelaban las
líneas irregulares de la pantalla de TV análoga, que aunadas a las franjas del
césped, el parado de los equipos y las líneas de sombra, generaban una
composición tan sólida como leve, flotante incluso, conformada por una serie de
apariciones fantasmales desarrolladas en una delgada capa de vista lejana.
Más
que un resultado, este alejamiento representa una estrategia de aproximación y,
más aun, de supervivencia. Alérgica al pasto de nacimiento, Wen Bandala comenzó
a interesarse en dicho agente investigando sus características casi
científicamente a fin de tender un puente, aunque fuera indirecto, que
permitiera algún tipo de acercamiento similar al de la experiencia cotidiana.
El campo de este forcejeo con la imposibilidad resultó ser el futbol a través
de los elementos formales visibles entre la cancha y sus jugadores, de emular
sensaciones como la de verse rodeado por las luces del estadio en Contrapeso o hasta retratar el instante
en que el balón toca la red, como en la serie de esculturas A sense of the protagonitst, the narrative (2013),
un momento hoy día posible de registrar con la tecnología actual pero
prácticamente invisible ante el flujo de imágenes y emociones alrededor del
gol. Sin embargo, el paso que faltaba era ir al extremo, hacer de esta
distancia algo literal, físico, incluso ridículo si fuera necesario. La
imposibilidad, cuando los elementos que debieran satisfacerla están ausentes o
son sustituidos, siempre termina por generar una pulsión. Entre el impedimento
natural de rozar el pasto con la punta de los dedos y las obras de Bandala
existía una distancia que era necesario, al menos por una vez, presentar más
que aludir, abordar, dejarse afectar por ella más que citarla. La respuesta fue
tan natural como siniestra: Pastus
gramina mala. Mea version est oppositum (2013), literalmente "Pastos malos. Mi versión es lo contrario"
es una escultura de plantas cortadas y trenzadas hoja por hoja en una malla
para formar un pedazo de césped falso. En sus reducidas dimensiones y su
producción carente de alardes técnicos (se trata de una malla sintética montada
en un bastidor de madera común y corriente), este fragmento de pasto simulado
trae al espectador, como de golpe, el enrarecido sentimiento que provoca ver un
elemento familiar velado bajo la torcida intención y circunstancia del otro.
Todas las obras de Le Carré Vert, más
que sublimar la ausencia de una experiencia, generan un nuevo espacio en la
distancia necesaria para adentrarse entre los recovecos del juego. En ese
espacio que podría parecer negativo se desarrolla el trabajo de Bandala.
Para
los dibujos que conforman The Big Splash (2013),
la experiencia continuó ausente, incluso indeseada, pero el espacio tuvo que
confrontarse de manera un poco más directa. A partir de su aversión por las
albercas, Bandala decidió retratar la atmósfera de su locación centrándose sólo
en los trampolines, el punto intermedio entre ese gran chapuzón no dado y el
espacio fuera de él, a salvo. A la repulsión por el espacio húmedo y colectivo
de la piscina, Wen respondió con una obra frágil, intimista, de una sutileza
casi invisible, al dibujar los trampolines usando pigmento puro apenas marcado
sobre el papel, evocando la calma y hasta la temperatura de estos espacios aun
cuando ni el agua ni el espacio alrededor estén presentes, tan sólo el tablón y
los barrotes, como si el momento del gran salto hubiera tenido lugar hace sólo
unos segundos y la vibración del trampolín aún pudiera percibirse. Bandala se
ubica en este punto aparentemente seguro, entre la experiencia y la continua
contemplación de su ausencia, como quien se sitúa en el borde de la alberca
ponderando infinitamente el riesgo de arrojarse o no al tiempo que se ase cada
vez con más fuerza a una negativa que, de hecho, le afirma.
Entre
la experiencia incumplida y la pulsión que no logra saciarla, estos filtros y
distancias producen una narrativa que señala delicadamente a su sujeto. Estas
alusiones insistentes a motivos que sólo pueden rodearse, producto de la mezcla
de un alejamiento visceral y un proceso artístico duro, constituyen un gesto
entrañable no sólo por representar el único reducto posible para un
acercamiento con el mundo o por subrayar su reunión imposible, sino porque en
la ecuación Bandala ha logrado generar un espacio ínfimo, residual, pero
profundamente personal.
II
Moverse en los huecos
Para
sus siguientes series, Bandala se valió de procedimientos más intuitivos pero
de resultados formalmente más contundentes, de una estética más dura. Por un
lado, los ejercicios gráficos que componen The
Roof Plan (2013), por el otro, las remociones que abren el espacio en las
escenas de Holes in a Roof (2014).
Observadas
desde una perspectiva inexistente hasta la década de los sesenta con el inicio
de la era espacial y actualmente popularizada a nivel doméstico por el programa
Google Earth, las vistas satelitales de las casas que componen The Roof Plan (G1) y The Roof Plan (G2) ofrecen una visión
fría del paisaje, contraria a la mirada romántica de siglos pasados. Aquí,
incluso la misma palabra "perspectiva" cambia en pos de un término
más unidimensional: son registros de terreno, con la crudeza y objetividad,
posible o no, que ello conlleva. Sin embargo, como en todo el trabajo de
Bandala, la ecuación técnica y mental produce de nuevo un conjunto fascinante.
Bandala notó que desde la vista aérea, los techos de las casas suburbanas se
abstraían en formas geométricas complejas al tiempo que conservaban su conexión
con el espacio tridimensional que coronaban sin necesariamente reducirse al
plano arquitectónico. En estos nuevos planos, Bandala se limitó a incidir sobre
ellos para producir composiciones de una naturaleza gráfica simple: delineó
perímetros y sombras con tinta, acentuó las aristas de las aguas con color,
colocó cinta adhesiva translúcida sobre el techo para homogeneizar las
superficies, decidió cuidadosamente el ángulo que debían presentar una vez
trasladados al papel. Sobre los pálidos tonos grises, rojos y verdes de las
casas aplastadas por el sol, Bandala utiliza un reducido catálogo de recursos
plásticos que resulta en un certero comentario a la estética neoconcreta.
Por
su parte, Holes in a Roof continúa
una práctica común en el trabajo de Wen: cambiar de posición alrededor de un
mismo fenómeno. De las vistas exageradamente inexpresivas de casas en vistas
satelitales pasa a la angulosidad de las tomas típicas de la fotografía
arquitectónica contemporánea. A las fotos de estas casas se les ha recortado el
techo y se ha llenado el hueco con color. Se han invertido los papeles entre
elementos: por más que admiremos las formas de estas casas vanguardistas, son,
a todas luces, imágenes planas, mientras que por otro lado descubrimos que el
color es manejado en placas de polipropileno cuya materialidad y grosor bajo el
hueco que ocupaba el techo inevitablemente agregan otra dimensión. El carácter
casi escultórico de las construcciones se ha aplanado, mientras que el elemento
formal gráfico más simple como es el color se encarga de generar el espacio.
Los
huecos de estas piezas no son vacíos. Por el diseño de la casa y el ángulo de
la toma, estos espacios se revelan más como una forma geométrica nueva que como
un hoyo. No es una sustracción negativa, sino un espacio que suma al edificio
un carácter gráfico que, aunado al color físico, real, sobre la imagen plana,
lo complementa como objeto escultórico. Aquello que se ha eliminado ahora se
articula más importante que la misma construcción.
Mientras
que en The Roof Plan Bandala propone
la frialdad de la mirada tecnológica sobre el paisaje como un posible plano
compositivo, en Holes in a Roof el
señalamiento es más abierto, al sugerir que elementos básicos como forma y
color pueden generar una nueva identidad en una imagen que desde la fuente
oscila entre distintos caracteres: la forma del edificio, su integración en el
paisaje y el mero registro de la arquitectura.
Quizá
el ejemplo más concreto de esta estrategia es Cubo diagramado de líneas con 50 m² de base en el suelo. En esta
serie de fotografías se ha removido toda la construcción arquitectónica y en
vez de insertar color se ha dejado el hueco blanco. Es un edificio de estilo
usualmente mal llamado "minimalista" que incluso es definido no como
casa ni construcción, sino como "objeto", y al dejar la silueta de su
forma resulta un enorme cubo blanco en medio del campo. Irónicamente, en el
hueco de una débil apariencia, Bandala ha creado un objeto tridimensional
prístino, de ángulos perfectos, que responde a la verdadera estética
minimalista, aquella de artistas como Sol LeWitt, Donald Judd o Robert Morris, que a mediados
del siglo pasado reconfiguraron la noción de escultura como objeto al reducirlo
a sus componentes estrictamente necesarios. Bandala retiró el "objeto
minimalista" para crear uno nuevo, un juego verbal que en su ejecución al
pie de la letra produce resultados tan cómicos como visualmente contundentes.
III
Vulnerar la mirada
Al
igual que en The Roof Plan e
indirectamente en Holes in a Roof, la
serie de dibujos que componen Cada
Horizonte (2014) constituye otra investigación sobre el paisaje, esta vez
totalmente intencionada. Materializado como metáfora a través del
convencionalismo y la emotividad, el horizonte representa la línea inalcanzable
que se aleja cuanto más se le busca. A partir de un amplio abanico de
fotografías de horizontes, Bandala abstrajo elementos fundamentales como color
y altura utilizando papeles de colores para obtener un conjunto totalmente contrario a la
sensiblería de su fuente: esquemático, de colores planos, un módulo horizontal
mínimo. Como si no fuera suficiente con desfigurar esta visión romántica para
obtener una síntesis sobria, Bandala alteró su principal característica: su
dirección, para crear veinticuatro horizontes verticales de 71 x 25 centímetros
divididos en tres grupos que resumen todas sus posibles variantes: horizontes
medios, bajos y altos. Más que negar la naturaleza del horizonte como pretexto
formal, la intención, de hecho, es otra. Bandala pretende dotar de una nueva
personalidad a la idea de horizonte, desplazar sus componentes a otra faceta
para poder examinar no sólo aquello que lo define estructuralmente, sino el
carácter que lo vuelve horizonte por encima del formulismo, como la fuerza
mental que permite entender una idea bajo otras formas, intuir cada horizonte
fuera de su propia raison d'être.
Por
encima de trabajar únicamente con color y la habilidad compositiva que ello
implica, la elección que verdaderamente da forma a Cada Horizonte es la de usar papel, susceptible a los cambios que
producen en él iluminación, grosor y dirección. El manejo del color puro –un
acercamiento intuitivo que en sus resultados, no obstante, deja ver un proceso
sumamente analítico– adquiere un grado terrenal al encararnos con un color
material. Aunque mínimas, las gamas de luz que se expanden sobre el papel
coloreado provocan una idea aun más real del horizonte, casi bromista, como si
quisiera decirnos que sobre su concepto estático, inamovible, es posible
introducir apenas con una leve incisión un cambio sustancial que lo haga
tambalear y lo revele como una entidad distinta, como una mirada construida
desde las ideas. No hay que olvidar que antes de su construcción visual, el
horizonte representa lejanía, una estrategia que Bandala ha utilizado para
acercarse a aquellos fenómenos que le interesan, razón por la que no deja de
ser interesante que tras esta operación de distancia el resultado sea un
acercamiento tan sensible.
A
pesar de lo positivo que representa proponer un cambio de miras en un concepto
tan anclado en la tradición artística como es la horizontal, como toda práctica
que busque desestabilizar no deja de contener, aunque sea de manera velada, una
intención maliciosa. Bandala explotó esta malicia de la manera más sutil y, al
mismo tiempo, más notoria, en Corrección de
un horizonte inclinado con pendiente negativa (2014), en la que con
maniobras casi inapreciables a primera vista juega con la percepción de una
línea recta sobre papel milimétrico. La serie se compone de ocho dibujos en los
que una línea va subiendo por la izquierda milímetro a milímetro hasta
recomponerse en una horizontal justo al centro de la hoja. Para esta serie,
Bandala investigó cuáles eran las inclinaciones más perceptibles para el ojo y
cómo las entendía el cerebro, no como una diagonal por sí misma, sino como una
recta inclinada. A partir de un grado en que lo que se percibe es el
error, Wen "corrigió" la línea inclinada hasta regresar a la
seguridad de la recta. Mientras que en Cada
horizonte Bandala le pide al espectador que imagine y reconfigure una idea
de composición preconcebida, en esta obra reta declaradamente nuestros
mecanismos perceptuales más básicos al ponernos en la incómoda situación de
descubrir que no podemos evitar reconocer como erróneo un elemento tan simple
como la pendiente. Wen pone reglas por demás sencillas sobre la mesa, busca que
el funcionamiento sea incorrecto y logra desde el inicio atizar el conflicto
entre ojo y mente al plantear un escenario incómodo que es arreglado de
inmediato. Es quizá la serie más astuta de Bandala: ofrece los estímulos,
evidencia los procedimientos y provee la solución, sólo para dejarnos
confundidos sobre cual fue nuestro papel como espectadores, desde dónde la
hemos leído y qué dice eso de nuestros hábitos contemplativos y su naturaleza.
Aun así, aunque parezca un capcioso juego mental, el sentido de esta ilusión no
es la estupefacción en sí, sino manifestar la cálida sensación que provoca el
horizonte real, el de la línea recta perfecta que, aunque imaginaria, es el
marco de referencia de nuestro universo visual, aun cuando el método para
señalarlo sea, de entrada, minar su esencia al vulnerarlo. Como ella misma
explica: "En la necesidad de
corrección viene el alivio".
IV
Modelo de hechos
Si
consideráramos como un modelo válido para aproximarse a los hechos del mundo
una estructura donde la distancia entre el observador y el hecho a observar
contara desde el inicio como un espacio positivo por definición, necesario para
poder abarcar el afuera sin abandonar (sin querer abandonar) la férrea
perspectiva del adentro, que conllevara un compromiso casi fanático dedicado a
involucrarse en aquello que ha decidido señalar hasta las últimas consecuencias
y rodee la superficie de los hechos hasta encontrar los espacios muertos, los
resquicios entre partes olvidadas e introducirse ahí; si una mezcla similar
entre intuición, alejamiento y un seguimiento obsesivo del propio método
constituyera un modelo viable para conocer los fenómenos que median entre
nuestra percepción del exterior y la experiencia en sí, la obra de Wen Bandala
constituiría dicho modelo. Más todavía, un modelo semejante pondría en tela de
juicio la experiencia misma y su propio peso como acercamiento en sí mismo,
como la piedra bajo la cual analogías y metáforas descansan.
Como
primer paso de su proceso, Bandala traza una distancia que en realidad es
aterrizaje: desde los solitarios escenarios de The Big Splash hasta la sensación de mirar hacia arriba y encontrar
un pivote desde el cual ubicarnos presente en Contrapeso, Wen logra generar un espacio cálido, familiar, para el
que antes tuvo que labrar el terreno, proyectar su propia distancia. El
aterrizaje se vuelve posición. Por extraño que parezca, la imposibilidad, la
aversión, la experimentación formal o el análisis son algunas de las hormas con
las que Bandala ha dado forma a este espacio tan acogedor. Acaso lo que hace
sentirlo casi íntimo es reconocernos en la obstinación con la que se ha apegado
a su cometido artístico, una construcción mental necesaria para afirmarse y
llenar el vacío. Tal vez nos reconocemos en el trabajo de Wen Bandala porque
sólo podemos comunicarnos a través de una escala de faltas y huecos. Quizá
reproducir aquello que no soportamos con la más grande de las delicadezas,
elaborar con el mayor esmero un símil de algo a lo que no podemos acceder o
deconstruir nociones no para socavarlas sino para comprenderlas desde un matiz
más afable sea lo que verdaderamente produzca formas en las que podamos
reflejarnos.
Un
buen ejemplo de esta extraña empatía es una de las últimas series de Bandala, Cómo construir una línea recta (2015),
en la que utiliza la tangente (de apenas un par de milímetros) de cientos de
círculos de papel alineados para formar, punto por punto, una línea recta. Ante
la idea de la imposibilidad de lo recto en un planeta de naturaleza redonda,
entre lo científico y lo poético de dicha declaración, Bandala elige usar –como
para tirar abajo sus bases o ilustrarlo con una literalidad burda que resulte
una imagen más humana a la vez que terca– la única recta "pura" en el
círculo para, casi literalmente, "inventar" una recta desde cero.
Estrictamente hablando, se trata de una acepción impecable de recta, construida
visualmente a partir de una naturaleza residual (cuesta trabajo imaginar una
línea hecha de bordes de círculos) pero en base a una fisura conceptual que
supone que se puede construir un todo a partir de diminutas idealizaciones. Si
generar un espacio personal es una práctica frecuente en el trabajo de Bandala,
en esta ocasión ha ido un grado más adentro (una dimensión más adentro) al
construir su propia noción de línea, así como creó su propio pasto, su propia
versión de un espacio indeseable o su propia idea de horizonte. Semejantes
esfuerzos, a fin de delimitar el terreno sobre el que un artista ha de erigirse
y desde el cual ha de responder a sí mismo, me parecen total y absolutamente
necesarios.
Artista Visual y articulista en la sección de Arte de la Revista Gatopardo.
Miembro fundador de Preludio.